No imagino una casa sin libros. Y, si de imaginación se
trata, siempre creí y tuve la posibilidad de ejercitarla. Sin embargo queda
totalmente fuera de mi alcance tal imagen.
Me acuerdo cuando vivía en mi provincia natal, en el norte,
en un pequeño pueblo. Era la época de la presidencia de Menem y mis padres
habían decidido enviarme a un colegio privado en la capital porque la educación
pública se venía abajo en Tucumán. De
salida, siempre me quedaba en un kiosco de revistas, y me encontré con lo que
pronto sería mi primera colección de libros, que hasta la actualidad conservo,
un poco con el ajetreo del paso de mano en mano por mis hermanos mas pequeños
(cosas de la familia numerosa). Se trataba de la revista Genios que lanzaba
cada semana, con la edición de los lunes, grandes cuentos ilustrados. Como es
de imaginarse, figuraban títulos tales como
La vuelta al mundo en 80 días,
Viaje al centro de la tierra, La cabaña de tío Tom, El jinete sin cabeza, y
tantos otros que, sin duda, marcaron mi infancia y mi primer acercamiento de la
lectura. Después vinieron las sucesivas colecciones de cuentos de terror y
breves biografías de genios de la historia. Infaltable, un día llega mi padre,
que fue quien siempre me incentivó en la lectura, yo supongo que por una
cuestión generacional en su familia, y me regló El Principito, libro que he retomado dos veces más a lo largo de mi
vida.
Mi papá, con quien nunca tuvimos una gran amistad, al ver mi
interés en la lectura, cierto día me preguntó por qué no hacía el intento de
escribir, un cuento o un poema. Y recuerdo que tenía diez años y un diario
íntimo donde ponía frases recortadas de revistas o rescritas de mis libros
preferidos, y allí nació mi primer poema. No me consideraba una persona
paciente para escribir largos relatos o cuentos que guardaran demasiada
coherencia. Ese fue el comienzo de un camino del que jamás me he separado: La
escritura. Llámese amateur, llámese profesional, actualmente escribo poesía,
algunas pocas de las cuales he tenido el placer de publicar. Con menos
frecuencia ya, escribo en un blog relatos breves también.
Volviendo a la lectura, tuve un encuentro amoroso con un
libro que me pareció sumamente bellos de Dominique Lapierre Siempre Hay mil soles al reverso de las
nubes, fue mi encuentro además, con un género literario que hasta el día de
hoy no he abandonado en mis tiempos libres, que son muy acotados.
Haber leído en mi adolescencia a Cortázar, Neruda, Borges, y
libros que tienen que ver con mi profesión, que es el arte plástico, como De lo Espiritual en el Arte de
Kandinsky, me han hecho pensar sobre la tristeza de un hogar sin libros, acaso
¿sería posible?