2 nov 2009

Dialogo conmigo


Llegué y renegué de mi presencia, pues ¿qué hacía yo en ese pueblo arraigado a la pelusa que se movía como nieve?. Me senté en un banco apostado en una ancha y vieja vereda de la plaza principal, la única que había.

Abrí un Benedetti y empecé a leer. Luego leí en voz alta, y después que hubo pasado la segunda estrofa de la poesía grité. Y grité con tanta furia y ensueño de ideales que la gente tuvo que taparse los oídos a mi alrededor. Y de mis ojos salían abejas que se fugaban al atardecer, perdiéndose en el abismal sol que bajaba por la montaña.

La calma.

El silencio.

La revuelta de la imaginación.

Las ansias de encontrarle por ahí y destrozarle la boca de besos,

hasta que le sangraran los labios y le llorara los ojos y le riera la voz.

El humo del cigarrillo esparciéndose como grito ahogado en la penumbra.


La rara y calurosa tarde primaveral se enredaba en mi pelo haciendo nidos de codornices, excitando mi pubis, conduciéndome lento y rápido a tu pensamiento.


Y regresé, como regresan los caídos de una guerra; no me faltaba ninguna pierna,

sólo un bazo de memoria.

Y estaba sucia y hambrienta, tanto que ni las codornices quedaron después de la pelea.


El pueblo se quejó.

Benedetti por primera vez en mi calló.

No dijo nada.

Permanecimos en absorto silencio lo que quedaba del día.

El golpe

era inevitable.

Y ya no pude renegar, porque mi voz se había apagado.

Y ya no pude llorar, porque mis lagrimas

se tornaron piedras y muros inaccesibles.

Y ya no pude ser yo.

Me fui como se fueron las codornices,

como te fuiste

vos.

1 comentario:

condors dijo...

"y le riera la voz"
la voz, aparte,la voz que puede o no reir, la voz que cesa para dar paso a la risa,una(otra) voz
.
.
.
"porque mis lagrimas se tornaron piedras" mira tu...

Si el arte es indefinible, para que defender lo indefendible?